Hector De Anda
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Antología Acumulaciones

Por: Luis Carlos Emerich, 2014

La gran diversidad de tratamientos que ha merecido uno solo de los temas de la obra realizada por Héctor de Anda en las últimas tres décadas, no sólo ha evidenciado su enorme potencial expresivo, sino también sus posibilidades de proyectarse a múltiples planos de significación, aunque, paradójicamente, la larga vida de tal tema se haya originado tras vivencias personales tan dolorosas que empezaron a reflejarse en su producción plástica con un carácter entre votivo y funerario. Y esto fue cuando el fuego y la ceniza cobraron un significado personal que De Anda procesaría a través de su obra como su concepto de la caducidad de la vida y su materia, proyectado de la contingencia personal a la global. De allí que sus obras, realizadas principalmente con materiales de desecho, parezcan haber sido (porque realmente fueron) sometidas al fuego hasta su calcinación superficial, retiradas antes de perder su forma y presentadas a manera de concreciones premonitorias y, aun así, alentadoras. Tras una consistente trayectoria pictórica, en los años ochenta De Anda acometió de lleno la intervención de objetos encontrados, la cual derivaría en la generación de arteobjetos, esculturas, construcciones e instalaciones, que pronto lo conducirían a la apropiación de objetos urbanos, como fueron sus intervenciones in situ de casi un centenar de anuncios espectaculares por toda la ciudad de México, declarándolos obras de arte de su autoría, o bien, desmontándolos, interviniéndolos y rearticulándolos tantas veces como el número de museos en que los ha instalado.

Desde sus grafíitis y collages sobre viejas puertas de madera y vidrio rescatadas de demoliciones, era evidente que además de proponerlas como virtuales umbrales a lo inescrutable, acusaban su tendencia al uso de materiales de desecho, principalmente por su potencial plástico usualmente inadvertido, aunado a su capacidad de sugerir o evocar ámbitos, estilos de vidas y hasta alientos cuyos rastros quedaron impresos en ellos. Posibles paráfrasis del vanitas, estas puertas constituyeron el umbral del motivo más característico de su obra: la construcción de cuerpos geométricos y collages con materiales calcinados, a manera de túmulos o monumentos o lápidas o muros consagrados.

El primero de éstos, semejante a una pira funeraria, construido con pequeñas placas de madera forradas con papel periódico, amarradas con alambre recocido, quemadas a punto de carbón y adheridas a una estructura de acero, dio pie a la generación de variaciones temáticas de esas especies de memoriales fúnebres que han dado lugar a múltiples ramificaciones y replanteamientos formales.

 

 

El acopio de materiales de diversas proveniencias ha crecido tanto con los años y ha servido a tan distintos propósitos, que se ha constituido por sí mismo en una entidad plástica primordial flexible y la propuesta distintiva de Héctor de Anda, que ha posibilitado el tratamiento de muchos otros temas, a veces tan lúdicos o liricos que apenas acusan a su origen.Con varillas corrugadas forradas con alambre, Héctor de Anda ha armado columnas huecas como castillos estructurales con piedras suspendidas como culpas en su seno. Con alambre recocido ha forrado sillas para niños y bloques de madera que semejan libros, confiriéndoles una densidad y un peso tan desmesurados como el extrañamiento que puede producir su contemplación. Con objetos domésticos adheridos a maderas carbonizadas ha construido polípticos reticulares que crecen y cobran nuevos significados a cada nueva instalación.

 

Con pedacería irregular de madera proveniente de una inmensa valla rescatada de un edificio en construcción, ha construido y deconstruido collages que tienen la densidad emocional de lápidas. Del mismo modo, ha utilizado cajones de cimbra de madera desechados, con el mismo criterio con que ha desarmado anuncios espectaculares, es decir, desconcertando imágenes y palabras impresas en ellos. Sin embargo, así como las cimbras conservan el pathos de su uso original, también las imágenes y las letras conservan sus valores como fonemas, sugiriendo que sus composiciones son "fónicas* o quizás “ruidosas* confirmaciones de lo que Jean Baudrillard definiría como el verdadero arte dominante de la modernidad: la publicidad y, con ella, los estilos de vida que ha pretendido y logrado imponer masivamente, proponiendo el consumo como sucedáneo existencial. Así, lo que fue originalmente expresión personal se ha expandido a temas globales sin sacrificar su trasfondo afectivo, es decir, manteniendo latente su duelo por la creciente desertificación del planeta Tierra. Con bolsas de plástico biodegradable llenas de basura inorgánica, De Anda ha figurado cuerpos de agua contaminados, bosques condenados a la extinción y procesos de devastación ecológica que, igual que las diásporas, actuales o históricas, son irreversibles.

Aunque Baudrillard haya afirmado que todas las posibilidades del arte han sido exploradas ya y que sólo queda deconstruirlas y jugar con los pedazos, para Héctor de Anda esto ha significado la abundancia de desechos y la demolición de paradigmas, aunque en vez de jugar intelectualmente con los pedazos del arte, él ha construido un vasto y sólido cuerpo de obra que desafía al nihilismo reinante en el arte contemporáneo. Pues, quizás una de las muchas maneras de “'ver” el video aquí proyectado, cuya realización implicó que cientos de personas miraran a la cámara como por el ojo de una cerradura, sea como registro de un inopinado performance colectivo que reconoce al espectador de arte como generador de significados, a la vez que analoga la duración de éstos con la inestabilidad de los encuadres resultantes de grabar con la cámara en la mano.